Por: Carlos Esteban

Madrid/ 22-3-2017

Si hemos de creer a los grandes medios -y cada vez se me ocurren menos razones para hacerlo-, la semana ha empezado con una rotunda derrota de imagen del presidente, que estaría acorralado tras la deposición del presidente del FBI, James Comey, en el Congreso.

Comey aseguró que Obama no había dado orden alguna para que se espiaran las comunicaciones del entonces candidato Donald Trump, contra lo que dijo el propio presidente en un incendiario tuit. Por otra parte, subrayan muchos periódicos, Comey añadió que la oficina que dirige sigue investigando la injerencia rusa en las pasadas elecciones.

Jaque mate en dos jugadas, ¿no?

Bueno, no. No realmente.

En realidad, en la parte del no siempre coherente testimonio de Comey que podría supuestamente perjudicar a Trump no añadió nada nuevo, al contrario.

No afirmó, por ejemplo, que el candidato Trump no fuera sometido a escuchas ocultas, solo que Obama no lo ordenó, algo que se aclaró en su día. La cuestión es si el Departamento de Justicia o cualquier otra instancia de la Administración ordenó esas escuchas y, adicionalmente, si Obama lo sabía.

En cuanto al ‘bluf’ de la década, el ‘Russiangate’, ha salido bastante mal parado de esta comparecencia. Comey ha admitido que los rusos, como el resto de los mortales, no daban dos centavos por la victoria de Trump y la habían descartado. ¿Para qué perder el tiempo, pues, conjurándose con un seguro perdedor?

El propio presidente comentó desde su cuenta de Twitter: “La NSA y el FBI declaran ante el Congreso que Rusia no influyó en el proceso electoral”, y aunque los medios han insistido que no es este el caso –han apostado demasiado a la ‘trama rusa‘ como para dejarla caer de golpe-, las palabras de Comey reflejan claramente que nunca tuvo mucho sentido esa historia. Respondiendo al diputado de la Cámara de Representantes Jim Himes, Comey admitió: “No hemos ofrecido opinión alguna ni tenemos un punto de vista o información por no es algo que hayamos investigado”.

Si hay algo que pueda calificarse de ‘bomba’ en la comparecencia de Comey no es, ciertamente, nada que perjudique a Trump, sino más bien a su predecesor. Así, sabemos por sus palabras que altos funcionarios de la Administración Obama podrían conocer las identidades de los objetivos de vigilancia secreta por parte de los servicios de inteligencia.

Por ejemplo, el caso Flynn. Supuestamente, el efímero director de Seguridad Nacional no era el objeto del espionaje, sino sus interlocutores rusos. Es decir, que los servicios de inteligencia no estaban espiando a Flynn, estaban grabando a los rusos cuando el principal asesor de seguridad de la Casa Blanca apareció inopinadamente.

De acuerdo, demos por buena la explicación. Aun así, no dejaba de ser información altamente confidencial. ¿Quién la filtró a la prensa? ¿Quién dio el nombre de Flynn?

Quien lo hizo cometió un delito, aunque no parezca que el FBI tenga un interés desmedido por investigarlo.

El pasado 19 de enero, el New York Times admitía que “se han proporcionado a la Casa Blanca informes de inteligencia basados en comunicaciones intervenidas”, y días después que la Administración Obama había distribuido con asombrosa liberalidad entre miembros del Gobierno información obtenida mediante escuchas de personas cercanas a Trump en relación a la supuesta vinculación del candidato con representantes rusos.

Fuente: Gaceta.es