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14 julio 2015 2 14 /07 /julio /2015 11:24
He aquí otro ilustrado que no solo traza “lados” en una circunferencia, sino que, además, sabe cuál de ellos es “el correcto”, al que todos “debemos” seguir
Alexis Jardines Chacón (foto tomada de Internet)

Alexis Jardines Chacón (foto tomada de Internet)

La Habana/ 14-7-2015

Siempre me ha resultado asombrosa la tendencia a machacar sobre lo obvio por parte de ciertos analistas de la realidad cubana. Sobran los textos que abundan en verdades de Perogrullo, como si la repetición de lo sabido aportara alguna nueva luz sobre lo que resulta elemental y meridiano para todos. Tales “descubrimientos” me recuerdan aquel viejo chiste que se mofaba de los avances soviéticos en materia de invenciones, y que decía más o menos así: “los científicos y técnicos de la URSS acaban de inventar la radio, y para demostrarlo sintonizaron radio Londres”.

Sin embargo, si el que sucumbe a esa tentación de apelar a lo trillado es un intelectual reconocido, una persona con mayores vuelos teóricos y que cuenta con un sólido y demostrado andamiaje académico, no caben dudas de que el fenómeno ha alcanzado magnitudes alarmantes. Porque está claro que una ligereza lanzada por un mediocre, no trasciende; pero cuando la propone un pensador talentoso, la estará santiguando con la gracia de aceptación, legitimando así lo que, de origen, no merecería un minuto de atención.

A ese tenor, por estos días se publicó en esta web un artículo del prestigioso filósofo cubano Alexis Jardines, bajo el provocativo título: ¿De qué lado debemos estar?. Dejemos piadosamente a un lado el punto de que semejante encabezado porta en sí mismo la implícita arrogancia de trazar a otros el rumbo. A fin de cuentas se trata de un viejo vicio: he aquí otro ilustrado que no solo traza “lados” en una circunferencia, sino que, además, sabe cuál de ellos es “el correcto”, al que todos “debemos” seguir.

Después de una innecesaria introducción donde el autor repite lo archisabido, por ejemplo, que el embargo de EE UU a Cuba “no justifica ni la represión, ni la incompetencia económica del régimen ni la esclavitud ciudadana”, o que “la política de aislamiento (a Cuba) es tan solo una de las tantas razones justificativas que esgrime el gobierno cubano”, entre otros aportes similares, Jardines introduce ciertos puntos oscuros que atentan contra la plena comprensión de sus tesis… Asumiendo que las haya.

Uno de dichos puntos oscuros es ese anónimo grupo de “partidarios de la normalización incondicional”, que “mezclan deliberadamente las cosas para sacar provecho”, y cuya identidad el autor se reserva para sí. Lo cual, a la vez que constituye un verdadero despiste epistemológico –puesto que pretender proyectar un conocimiento sobre algo que no deja claramente definido– acusa una falta total de transparencia. ¿De verdad es tan difícil mencionar las cosas y las personas por su nombre?

Y esto se hace más evidente cuando Jardines –quien, si bien pasaba como sujeto incómodo o, hasta cierto punto, irreverente en los claustros universitarios donde se desempeñaba como profesor, jamás perteneció a un grupo de oposición ni de la disidencia de la Isla– sostiene que “una facción de la oposición interna apoya el levantamiento del embargo y la normalización incondicional, además del proyecto raulista de actualización del socialismo…”.

Facción ésta que solo parece existir en la imaginación del filósofo, toda vez que hasta ahora el tema del levantamiento del embargo tiene tanto detractores como partidarios dentro de la oposición cubana, pero no se conoce de ningún opositor anti-embargo que esté a favor de su levantamiento “incondicional”, sino que éstos han expresado siempre, con toda claridad las condiciones que deben acompañar tal proceso, a saber, que se levante también el bloqueo del gobierno hacia los cubanos, que los presos políticos y de conciencia sean liberados de inmediato, que cese la represión y el acoso contra quienes piensan diferente, y que se respeten todos los derechos humanos en la Isla. Y esto me consta porque, personalmente, formo parte de ese grupo que privilegia el diálogo, la negociación y los consensos por sobre la confrontación, y que se manifestó contraria al embargo muchos años antes que este debate se pusiese de moda y se convirtiera en el parte aguas que establece “lados”, “bandos” y “facciones”.

Muchísimo menos se conoce opositor alguno que apoye las “reformas raulistas”. Nótese que insisto en el vocablo “opositor”, que es el utilizado por Jardines.

Por demás, no creo que los activistas de la sociedad civil independiente anti-embargo –que, por cierto, no todos se consideran a sí mismos opositores propiamente dichos– cifren sus esperanzas de cambio en las propuestas o condiciones del gobierno de Raúl Castro. Más aún, tampoco asumen que el levantamiento de las restricciones, por sí solo, implique la democratización de Cuba. Ignoro por qué misteriosa razón algunas personas radicales suelen confundir la moderación con la idiotez.

No entraré a cuestionar el devaneo del filósofo en torno a lo que ha devenido casi plataforma y leitmotiv de sus argumentos contra el gobierno: Palabras a los intelectuales. Me parece perfectamente legítimo que elija un discurso de 1961 para desnudar la capacidad mimética del sistema instaurado en Cuba 56 años atrás, pero lo considero insuficiente para interpretar plena y objetivamente las complejidades de la realidad cubana en este siglo XXI, y mucho menos el destino mediato. Me niego a creer que todas las respuestas a las perversidades de este proceso, que insisten en llamar “revolución”, estén crípticamente encerradas en un viejo discurso del Magno Orate.

Pero tengo otras dudas. Jardines tampoco deja establecido a quién(nes) aplica la definición de oposición leal. Creo entender que en esos términos se agrupan los partidos de oposición mayoritarios que tienen la capacidad de oponerse a las acciones de los gobiernos en democracias de tipo parlamentario. (El subrayado es intencional). Esto niega en principio la mínima posibilidad de que en la Isla exista una oposición leal. No obstante, sabiendo que este mismo autor ha querido clasificar de esa manera algunos proyectos nacionalistas asociados a la Iglesia Católica, aprovecho para sugerirle algo de contención a fin de evitar tergiversaciones futuras. Los proyectos de la oposición en Cuba –me refiero a la oposición que en realidad los tiene– giran en torno a la política, no a la fe. ¿Qué sentido tendría, si tal fuera el caso, atacar un proyecto que ni siquiera se reconoce a sí mismo como opositor? ¿A qué utilizar un cañón para derribar gorriones?

Por último, Jardines declara que no se opone a la normalización, sino a que ésta sea incondicional. Él desea “una normalización con condiciones que enaltezca la dignidad humana”. ¡Pues, bienvenido al gremio! Sin embargo, creo oportuno recordarle que hay muchas formas de combatir a la dictadura cubana, más allá de las marchas callejeras. Son más los que han elegido otras herramientas para promover los cambios, y –modestamente– están aportando resultados.

Es así que hay quienes han dedicado largos años de su vida a fomentar la cultura cívica entre los cubanos –como es el caso del Proyecto Convivencia, en Pinar del Río–; hay decenas de periodistas que cubren el día a día de los cubanos comunes, esos que no pertenecen a ninguna asociación ni grupo, que no tienen apoyo y que sufren diariamente los atropellos y las carencias, tan necesitados de solidaridad (y mucho más huérfanos de asistencia) que los opositores que marchan en las calles. Hay también quienes animan proyectos de educación infantil, asociaciones de abogados, publicaciones, y un largo etcétera de activistas que de disímiles maneras ponen sus energías y corren los riesgos que implica pensar y actuar como ciudadanos libre en una dictadura. No creo que ellos sean menos importantes ni menos útiles que los que marchan.

Seguramente, si el profesor Alexis Jardines, que es una persona de brillante inteligencia, se hubiese involucrado más profundamente en la oposición antes de emigrar en lugar de solo asomarse a ella, hubiese podido expresarse con mayor conocimiento de causa y no solo movido por emociones o simpatías, que tanto afectan la objetividad, incluso de las mentes más brillantes.

Tampoco pretendo restarle importancia a su propuesta de organizar marchas mundiales en apoyo a quienes marchan acá. Todo lo contrario. Quizás esa sea otra vía de presionar al gobierno, aunque no solo la única. Perdóneme si dudo que con ello consigan “obligar a la dictadura a negociar la disolución del Partido Comunista único y la consiguiente convocación de elecciones libres para, absolutamente, todos los cubanos”. Su idea se me antoja desmedidamente optimista, pero el intento es legítimo.

Fuente: Cubanet.org

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