Por Frank Correa.
La Habana/ 5-2-2017
Comenzando a descubrir el mundo, un adolescente cubano de dieciséis años no cree que en 1965 en este país era imposible escuchar libremente a los Beatles.
“Había que encerrarse en un cuarto, o refugiarse en la soledad de un sótano, casi siempre de noche… sin testigos desconocidos… Y solamente acompañado de tu hermano o amigos muy fiables. Te metías en tremendo lío si se filtraba a la policía”, le dice Pedro, su tío abuelo de setenta años, jubilado del sector de comercio.
Al joven le cuesta creer otro comentario, ahora de su abuelo: “Por esos años, mujeres revolucionarias, muy conscientes de las tareas que acometían, iban por la calle con tijeras en las manos, cortando melenas y pantalones estrechos a jóvenes de tu edad, que solo querían estar a la moda”.
El muchacho está confundido ante la avalancha de información de antigua intolerancia que debe procesar. Hasta hace poco, su mundo estaba suscrito al estudio, la diversión propia de la edad y los estímulos de sus familiares en forma de regalías por sus notas en los estudios.
Es hijo único. Un tío que vive en Estados Unidos llegó de vacaciones en octubre. Por él, el chico escuchó por primera vez la palabra UMAP, (Unidades Militares de Ayuda a la Producción). Contaba el tío que allí sufrió vejaciones y golpizas, algo que no puede borrar de su mente pese a cincuenta años transcurridos.
Atónito, el muchacho escucha las historias que parecen salida de un filme fascista: “… nos levantaban a las cinco… a veces sin desayuno… Trabajábamos sin descanso hasta el mediodía, comíamos una bazofia y luego a seguir trabajando hasta las seis de la tarde… Había que aguantar que te gritaran malas palabras… patadas… ofensas… Violaban a los muchachos frágiles… A veces ocurrían suicidios en el campamento, de gente que no soportaba el rigor… ¿La causa de estar allí? Algunos éramos homosexuales, otros religiosos, o hijos de desafectos a la revolución… La UMAP tal vez sea uno de los episodios más injustos y duros vividos en Cuba, todo con el fin de sembrar el socialismo”.
La cabeza del adolescente es un remolino. Se siente confundido. Aunque los testimonios provienen de personas amadas, muy cercanas, que jamás le mentirían, aún piensa que la revolución es un proceso justo, la continuación de los sueños de Maceo y de Martí. Sus mejores amigos son dos hijos de revolucionarios, gente del Partido. Respetan a los héroes, creen en la historia, pero sus conversaciones rondan sobre el último Mortal Combat del Play Station o los temas de Yomil y el Dany, los reguetoneros de moda.
Jamás han escuchado hablar de las Damas de Blanco y sus marchas los domingos por la Quinta Avenida; ni del grupo UNPACU, (Unión Patriótica de Cuba), radicado en Santiago de Cuba; ni las huelgas de hambre de Guillermo Fariñas (Coco), ni sobre las decenas de proyectos de la oposición o Sociedad Civil cubana no oficial para devolverle la democracia a Cuba.
Para este muchacho, las salidas ilegales son aventuras en el mar de gente emprendedora, intentando irse a vivir en el Yuma. Ni siquiera imagina la enorme tragedia que los impulsa a dar ese gran paso, ni el peligro que acompaña a los tripulantes durante la travesía, muchas veces con terrible desenlace.
Concluyendo su pre universitario, la carrera universitaria que siempre soñó estudiar es Criminologia. Tal vez estaba motivado por la serie policíaca cubana Tras la Huella, transmitida por televisión.
Sin embargo, un chasco tremendo acaba de echar por tierra toda aspiración. Sus dos amigos sí accedieron a esa beca. Es en una escuela especializada del MININT, (Ministerio del Interior). Y sin embargo él, que los superaba a los dos en el escalafón, sólo recibió como opción de estudios superiores el Politécnico de Repoblación Forestal, enclavado en la meseta de Cajalbana, Pinar del Río.
Está tan frustrado por la injusticia que su abuelo lo abraza, lo besa y lo consuela. “Eso no es nada, muchacho… ¡No imaginas lo que aguantamos toda la familia en estos sesenta años para sobrevivir! Mi hermano va a presentar los papeles para la reunificación familiar el mes que viene… Tal vez allá puedas estudiar la carrera que te gusta. ¿Quién sabe si llegas a convertirte en un especialista del FBI?”.
Fuente: Prensa Independiente/ Hablemos Press