Natalia Bolívar, al centro, con collares, junto a Nisia Aguero , Fernando Rodriguez Sosa y Ricardo Alarcon de Quesada – Foto Madrazo

La Habana/ 4-6-2014

La última edición de Libro a la Carta, espacio auspiciado por el Instituto Cubano del Libro y que anima el periodista Fernando Rodríguez Sosa, fue un buen pretexto para dialogar con la investigadora y etnóloga Natalia Bolívar de Arostegui.

En la librería Fayad Jamis, ubicada en la habanera calle del Obispo y bajo una fuerte lluvia, el diálogo con Natalia se convirtió en una clase magistral a la cual asistió el expresidente de la Asamblea Nacional Ricardo Alarcón de Quesada, quien fuera también un compañero de lucha en la década del 50.

Esta singular mujer pertenece a la antigua aristocracia habanera, la de la Cuba patricia y de la plantación, pues es descendiente de esclavistas españoles y su árbol genealógico la conecta con princesas reales. Es investigadora, museógrafa, pintora y ensayista a partir de una obra que se ha convertido en un clásico de la investigación: “Los Orishas en Cuba”, una suerte de biblia para la Regla de Ocha o Santería, lo cual no ha dejado de interpretar el mágico mundo espiritual y religioso de los negros en Cuba. Tan pronto la inquisición revolucionaria despenalizó la conciencia religiosa ,”Los Orishas en Cuba” se convirtió en un best seller a la par de “El Monte”, de Lydia Cabrera.

Esta blanca mayombera, hija de Oggun, el orisha que simboliza el hierro, que lleva a cuesta a Oddua y Obatalá es la autora de una monumental obra literaria que no deja de penetrar el refugio simbólico de la memoria. Entre sus títulos se encuentra “Opolopo Owo”, “Ta Makuende Yaya y las Regla de Palo Monte”, “La muerte es principio, no fin”, “Quintín Bandera” y en colaboración con Carmen González Díaz de Villegas, “Ituto. La muerte en la mitología cubana y sincretismo religioso”, “Mitos y Leyendas de la comida afrocubana” y “Cuba Santa”, con el periodista español Román Orozco, libro publicado en España, desconocido y silenciado en Cuba

A través de sus investigaciones y su recorrido por las antiguas civilizaciones, ella invita a mirar la identidad cubana no como ciudadela sino como una gran ciudad abierta. Ella nos presenta el peso deslumbrante de la dignidad de la cultura cubana con acento africano. En el encuentro con el público, ella tuvo la oportunidad de confesar cómo la labor que realiza es una deuda de por vida con dos mujeres importante en su desarrollo espiritual y profesional , Isabel Cantero (Chicha) su nana negra descendiente de congos con la cual comenzó a descubrir el mágico mundo espiritual de “la otra familia”, la de la nación íntima, y con Lydia Cabrera, su maestra con la cual descubrió las religiones, la cultura culinaria, oral, estética y espiritual de una África que hoy deja fluir y protege bajo su nevada piel.

Con Chicha aprendió a amar la naturaleza, la palma, la ceiba, los secretos de la vegetación, sus energías reparadora; con ella aprendió los primeros cuentos sobre espíritu, a mascar tabaco con café como lo hacían la gente en los tiempos de “María Castaña”. Con Lydia Cabrera aprendió a proteger la memoria privada de la otra mitad de nuestra identidad.

Al igual que la “hija del general”, la poetisa Dulce María Loynaz, Natalia decidió permanecer en Cuba y echar su suerte con la cultura cubana. También gracias a ella y a pesar de los silencios, Lydia Cabrera no se convirtió en un fantasma, lo cual siempre está en cada una de sus conferencias. La columna vertebral que permite armar casi toda su obra en ese andar por las antiguas civilizaciones va desde Lydia Cabrera, pero también se lo debe a personas como Zoila Lapique, una enciclopedia cubana, a los antiguos informantes de Lydia, a especialistas e investigadoras como Valentina Porras, Carmen González Díaz de Villegas, a sus hijas Natalia y Natacha del Rio, pero también a Lázaro Ross y al actor Miguel Benavides.

Confiesa que para ella la amistad es un sacerdocio sagrado pues en su vida ha contado con grandes amigos; también con grandes enemigos, lo cual es un balance que ha sabido llevar. Es una mujer de firmeza que ha tomado las armas y la narrativa íntima de la nación como constante de vida.

Su vida en tiempo de Revolución no la ha tenido fácil. Su obra investigativa ha estado marcada por luces pero también por sombras. Ha sido acusada de plagiar la obra de Lydia Cabrera. Injustamente apenas se recuerda su labor dentro del Museo Nacional de Bellas Artes, de cómo protegió el patrimonio tras la huida de Batista, de su labor en el brazo armado del Directorio Revolucionario, pues conscientemente la “historiografía revolucionaria” no la recuerda. Trataron de humillarla cuando tuvo que limpiar tumbas en el Cementerio de Colon en los años grises, en lo cual la tormenta revolucionaria intentaba borrar por decreto el pasado de la República de las Letras.

Ella que hoy ostenta la Orden Isabel la Católica se resistió a ser la burguesita correcta para dibujar lugares posibles en los que se reencuentra permanentemente con los ancestros de la nación. Cada cuenta que lleva al cuello es un celoso secreto que no solo la protege, sino también rinde culto a lo sagrado. Sus pasos no solo la han llevado a la laguna sagrada de San Joaquín, o a la otra tierra santa de Palmira en Cienfuegos; África en ella es una obsesión que le ha permitido recorrer el reino sagrado del Manikongo, países como Nigeria, Camerún , Mali y Haití, donde hoy va tras la huella de las sociedades secretas.

Para ella la libertad es un camino incesante que todos los días debemos encontrar y gritar abiertamente. “Soy Cuba” es su carta de presentación.

Fuente: Cubanet.org