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3 octubre 2013 4 03 /10 /octubre /2013 08:10

La Habana/ 3-10-2013

Por: Manuel Cuesta Morúa

Respondo tarde a las recurrentes inquietudes cívicas de amigos y curiosos, bajo presión de un grupo de personas que se han acercado a Internet o pasado imágenes de flash en flash a propósito de Foro 2000. Ciertamente asumí, ignorando las corrientes de interés públicas, cuánto podía significar un espacio de debate tan variopinto para un grupo igualmente diverso de ciudadanos cubanos, ávidos de salir del laberinto nacional, mejor si es por la vía checa.

Praga, la más bella ciudad en la colina que se pueda visitar, estéticamente tocada por los dioses en una continuidad compacta que va del Medioevo a la modernidad, es el asiento anual de uno de los eventos más importantes que en el mundo son cuando se trata de evaluar el estado de la democracia global, de compartir las claves de su éxito y de pensar las razones de su fracaso. Un evento que tiene el tino y la sabiduría de empezar, cada vez que puede, con el sabor y la profundidad espirituales del Dalai Lama.

El evento nació de la iniciativa de Vaclac Havel, el hombre clave de la doble transición checoeslovaca hacia la democracia y hacia la partición amistosa de dos Estados-nación, Chekia y Eslovaquia, que conviven, confirmando su posibilidad, en plena paz perpetua.

Inaugurado en 1995, este Foro surgió para reunir en un principio a personalidades y estudiosos de todo el mundo, de todas las culturas e ideologías, comprometidos con la democracia y sus valores, y sobre la base de cuatro presupuestos fundamentales. Primero, si la democracia no se hace global perece; segundo, su mejor línea de defensa está en las fronteras de la sociedad civil; tercero, si ella es posible se debe precisamente a la diversidad cultural y, cuarto, su fecha de caducidad debía ser el año 2000.

Retengamos la tercera idea para lo que pueda servir. Dicen los enemigos de la democracia ―los enemigos de la democracia hacen revoluciones en nombre de la democracia― ,y los más inteligentes son los más sutiles, que ésta es incompatible con determinadas culturas, ignorando que en su acepción literal, como gobierno de la mayoría, no habría sobrevivido a sus orígenes griegos.

Dalai Lama con Yoani Sánchez, este año en Foro 2000

Dalai Lama con Yoani Sánchez, este año en Foro 2000

Lo mejor que hace la democracia desde su surgimiento no es gobernar bien en nombre de las mayorías ―las mayorías y sus representantes suelen equivocarse con bastante frecuencia―, sino poner a convivir juntos y en paz a gente doblemente diferente: por su dotación psicológica y por su cultura. Como demuestran en lados opuestos Alemania y Corea del Norte, la homogeneidad cultural no es la condición necesaria para el éxito de la democracia; para ello se requiere que asumamos y reconozcamos la diferencia, lo que a la postre hizo Alemania. Y la diferencia es la realidad cultural más evidente del mundo.

Creo, y para bien, que la comprensión de la importancia que tiene la diferencia para la vitalidad de la democracia es el punto esencial que explica por qué Foro 2000 se prolonga en trece ediciones. Eso hay que agradecérselo a la vocación universalista de los checos, que en eso son excelentes hijos de su cultura y, en cierto modo, de Havel. Esa vocación enseña que el motor principal de la acción humana lo constituyen los valores inmateriales: los que tienen que ver con la felicidad de la convivencia, y no exclusivamente con la felicidad que nace de los objetos.

La presencia casi afectiva de personas como Desmund Tutu, Aun San Su Kyi y el Dalai Lama, acompañados espiritualmente por Nelson Mandela, el hombre más grande del siglo XX, responde a esta cuerda de la cultura.

Sociedades en Transición fue el tema de este Foro 2000 del 2013. Quienes participaron lo hicieron en tres categorías: delegados, invitados y observadores. Lo que indica el grado de organización, representatividad y profesionalidad del evento.

Organizado en paneles, éstos recorren todas las problemáticas socio-políticas y sus posibles enfoques, para mayor riqueza del evento. En ellos discurrió y discurre gente de una impresionante diversidad ideológica, de posicionamientos políticos diferentes y de una pluralidad de matrices culturales y religiosas algo babélica. Si el Dalai Lama se retiraba diariamente a las 6 de la tarde para su descanso y meditación, otros prolongaban sus debates hasta bien entrada la madrugada, mientras que un contingente nutrido de islamitas leían atentamente el Corán para orientar sus ideas en esa controversia permanente acerca de cómo aterrizar la democracia en el mundo árabe.

Nada resulta ajeno a Foro 2000, lo que parece convertirlo en el cónclave de discusión intelectualmente más estimulante de los que se realizan en el mundo. Orientado a la acción, no al combate ―que es el simulacro de acción de actores ideológicamente atrapados y profundamente inactivos― en esta zona de intercambio global suele congregarse toda la complejidad del cambio social y político en un torneo de ideas que sustituye la lógica de ganadores-perdedores, por otra mejor orientada y productiva de ganadores-ganadores. En esta perspectiva de pensamiento complejo, uno alcanza a entender, por ejemplo, y con más apertura mental, por qué la izquierda se comporta a veces como derecha y viceversa, pero lo comprende desde una premisa ética que solo proviene de los espacios donde se reconoce y respeta la pluralidad: la de no pretender, como sucede en Cuba, que se es de izquierda haciendo lo que hace la derecha; juzgando y reprimiendo, todo a un tiempo, a quienes demuestran el divorcio entre el discurso y el curso de la realidad y quieren cuando menos un proyecto de nación éticamente coherente.

Después de Praga 2013 y del pedido de compasión global del Dalai Lama, uno puede razonar que los desafíos son más enredados que los de la paz en Medio Oriente, la democratización de China y la pérdida de peso corporal, tal y como los describía un simpático panelista chino.

Si la democracia electoral va dejando de ser la marca de identidad por excelencia del proceso democrático mismo; si las revoluciones o rebeliones populares (Primavera Árabe) no desembocan necesariamente en la democracia, y pueden ser, por el contrario, secuestradas por las elites de poder; si las revoluciones del 89 sirvieron para democratizar la periferia (Chekia, Eslovaquia, Alemania Oriental, Polonia, Hungría, Bulgaria, Rumania y la antigua Yugoeslavia) y nunca el centro (la ex Unión Soviética), y si los movimientos sociales se dedican a incubar en su seno a las fuerzas más antidemocráticas que se puedan concebir, pese a su carga anti sistema,  se debe a las experiencias que son puestas a debate ―las experiencias que no se reconocen no son experiencias― y convertidas en lecciones para el presente y el futuro.

Dos de estas lecciones y una mejor noticia aparecieron con claridad en este Foro 2000: Sin ciudadanía y sin cultura la democracia puede ser un engaño.  ¿Y la noticia? Que ambas están siempre presentes; solo que a la mayoría de las élites no les interesa estimularlas. Y en esto parecen coincidir casi la totalidad de  ellas. Tanto las que dicen estar como las que no parecen particularmente inclinadas a la democracia.  Para Cuba, toda una revelación.

Fuente: Cubanet.org

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