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20 febrero 2014 4 20 /02 /febrero /2014 09:13

Apuntes sobre una ciudad por comprender

Señalización, Miami_foto tomada de internet

Señalización, Miami_foto tomada de internet

La Habana/ 20-2-2014

De Miami, como de La Habana, se acostumbra a hablar mucho, a veces a favor, a veces en contra, y casi siempre con excesiva pasión y escasa sensatez. Tanto una ciudad como la otra son relacionadas frecuentemente con algún aspecto del castrismo. Unos creen que Miami es una creación particular de Fidel Castro. Otros bromean con que al mañoso tirano debería erigírsele un monumento en algún lugar céntrico de Miami, pues supuestamente gracias a él los cubanos viven allí en prosperidad.

Los que saben, aseguran que Miami no solo será un motor económico enorme para el sur del país, sino para toda la Unión, cuando se consolide como capital del comercio aéreo y marítimo. Sea como sea, de lo que no me cabe ninguna duda es de que esta ciudad es la capital mundial de la división familiar cubana. Recuerdo que un día, en un lugar al oeste de la Florida, un norteamericano de Wisconsin que llevaba una veintena de años viviendo en el “sunshine state”, casado con una cubana, comentó que los estadounidenses no tenían una idea cabal de la experiencia trágica que resultaba para los cubanos la brutal separación de sus familias.

Eso es Miami ante todo, creo yo: la trágica ruptura de la familia más el largo dolor del país natal perdido, arrebatado. Y esa es una de las razones, quizás, para que el escritor Néstor Díaz de Villegas la refiera como una factoría, y hasta como parte del sistema carcelario implantado durante más de cincuenta años por el gobierno cubano. Yendo todavía más lejos, la ve como un campo de concentración a donde van a parar, tarde o temprano, incluso a veces después de vivir en otras ciudades del mundo, todos los cubanos que molestan o se sienten molestos en la Isla, y aun otros latinoamericanos que huyen o son arrojados de sus países por la violencia y la inestabilidad social ocasionadas por el castrismo transnacional (Venezuela, Centroamérica son algunos ejemplos).

De hecho, en una reciente entrevista, Díaz de Villegas llama a Miami “Castrópolis, una ciudad formada por las emanaciones del castrismo”. Más allá de la hipérbole pintoresca, el escritor dice también que “la constante en nuestras vidas como pueblo arrojado, expulsado, es el dolor. Lo admitirás o no, lo recordarás o no, pero esto es como el río Miami: una cosa oscura que traspasa a toda la diáspora”.

De ese sufrimiento profundo, de esa pérdida trágica, nace esa virtud que acaso sea difícil encontrar tan abundantemente en otro lugar: la fraternidad entre cubanos, la entrega a corazón abierto, la sensibilidad —incluso exacerbada— con los problemas del país, con las necesidades de los que vivimos aquí. Los cubanos de Miami pueden tratar como hermano a cualquier cubano de cualquier lugar del mundo, pero son más especiales con los de la Isla.

Otro escritor nuestro —y, por cierto, tan provocador e irreverente como Díaz de Villegas—, que lleva casi un año recorriendo decenas de ciudades norteamericanas, Orlando Luis Pardo, llama a Miami, “mi amor”, y asegura que caminar por esta ciudad y conocer a los cubanos que viven allí “me ha hecho comprender que hay mucha atormentada magnanimidad en el alma diaspórica de Cuba. Hay compasión por la patria perdida”.

Más aun, considera que muchos valores que en nuestro país se hallan en extravío “pueden ser hallados con abundancia en Miami”, a pesar de que encuentra, “por supuesto, un toque de intolerancia también, como lo hay en Cuba”, dice, “contra el cual tenemos todos que batallar a diario (y me incluyo a mí mismo antes que a cualquier otro)”.

Por último, Pardo confiesa que ignora “si en algún momento La Habana se las arreglará para ser «la capital de los cubanos»”, pero está convencido de que, por el momento, “Miami la sustituye convirtiéndose en la Meca del «capitalismo para todos los cubanos»”.

Pero, además de una Habana de ultramar, Miami también se va convirtiendo rápidamente —aunque Díaz de Villegas la ve como “un lugar completamente plano, feo, subdesarrollado, que nunca acaba de llegar”— en una especie de Latinoamérica desarrollada de ultramar, consolidándose como punto de encuentro comercial, financiero y cultural entre Latinoamérica y Norteamérica (curiosamente, ya desde 1929 la Pan American Airways hacía publicidad de Miami como Gateway to the Americas, “La puerta de las Américas”).

Ese posiblemente era el destino de La Habana antes de 1959. Un destino imposible de recuperar luego de medio siglo de huracán y bachata revolucionarios.

Por otra parte, si en la pujante Ciudad del Sol (considerada además “la ciudad más limpia de Estados Unidos”) a veces se vive cierto complejo de inferioridad porque no hay una vida cultural suficientemente desarrollada, lo cierto es que, aunque Miami no es New York, ni Londres, ni París, ni Madrid, muchos aseguran que en los últimos diez años se está viviendo un despertar cultural que hace dos décadas no existía, y que se hace evidente en el Art Basel Miami, las compañías de ballet y los festivales de libros y de cine, por ejemplo, de manera que poco a poco la ciudad se está erigiendo como referencia cultural hemisférica.

Y los efectos enriquecedores de ese crecimiento alcanzan hasta acá, si consideramos los múltiples proyectos culturales que constantemente aparecen entre las dos ciudades más importantes para los cubanos. Además de que, por otra parte, en estos meses hemos sido testigos de cómo por fin está empezando a darse la concordancia política entre los opositores cubanos al régimen,  residentes en uno y otro lado del Estrecho de la Florida.

Recuerdo una familia que ya conocía desde aquí y que por fin ha logrado reunirse casi por completo allá. Llevan ya muchos años en Miami y se han ido acomodando en sus existencias particulares, aunque siguen viviendo cerca y se reúnen con frecuencia. Me sorprendió que, aunque casi todos se definían con bastante pasión como republicanos o como demócratas, las discusiones no tomaban mucho vuelo y las diferencias acababan casi con significado de broma. Como en una familia norteamericana normal, las opiniones y preferencias políticas no provocaban ninguna división en la familia, ningún resentimiento.

Al final, en el recuerdo de esa vivísima ciudad, lo que sí me queda claro es que, si bien entre Miami y La Habana hay solo unos pocos de kilómetros de distancia, las separa a ambas, en cambio, una infinidad de mentiras, mitos e incomprensiones que, por fortuna, están comenzando a hundirse por su propio peso.

Fuente: Cubanet.org

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