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14 junio 2013 5 14 /06 /junio /2013 10:27
  • Tres contra el comunismo
    UNA RESISTENCIA HEROICA

    KIKO MÉNDEZ-MONASTERIO

    Así lucharon Wang Weilin (Plaza de Tienanmen), Jan Palach (Primavera de Praga) y Orestes Lorenzo (la Cuba de Fidel). 

  •  Fue un mes de junio cuando los tanques chinos arrasaron la plaza de Tienanmen. Al comunismo se le puede seguir el rastro por las cunetas, contemplando la estela de víctimas que ha ido dejando por los dos hemisferios. De muchas no queda ninguna memoria, ni habrá nunca presupuesto para buscar sus restos desperdigados en gulags o en fosas comunes. Otras se convirtieron en símbolos de una resistencia heroica que todavía no ha encontrado su merecido sitio en la literatura y el cine. Y algunas -las menos- incluso consiguieron escapar de esa cárcel inmensa, cerrada con una hoz y un martillo.

    Bailando con tanques

    La revista Time le incluyó entre las 100 personas más influyentes del pasado siglo, bautizándolo como “el rebelde desconocido” , pero no se conoce si sobrevivió a aquella jornada en la que decidió plantarse delante de una columna de carros de combate. Su nombre es igualmente una incógnita. Algunos periodistas aseguraron que se llamaba Wang Weilin, aunque los documentos que aportaron resultaron más que dudosos.

    Era 1989. Hacía casi dos meses que Pekín soportaba una protesta generalizada -huelgas y manifestaciones-, alrededor de un movimiento estudiantil que había ocupado la plaza de Tienanmen, llevando el desconcierto a la gerontocracia comunista.

    Los primeros días de junio el Ejército empezó a desplegarse por la ciudad. Charlie Cole, fotógrafo deNewsweek, llevaba semanas cubriendo la revuelta y fue testigo de los primeros choques entre tropas y manifestantes.

    El 5 de junio Cole pudo ver desde el balcón de su habitación como seguían llegando soldados: una larga columna de carros de combate marchaba hacia el centro de la ciudad, donde ya se habían producido grandes matanzas. Entonces surgió aquel desconocido de la camisa blanca, portando una bolsa en una mano y una chaqueta en la otra. Cole preparó la cámara convencido de que iba a retratar un final trágico, casi sin creerse que ese tipo se plantara en mitad de la calle e hiciera detenerse a la columna. El tanque que marchaba en cabeza, después de frenar, trató de sortearle por la izquierda, pero el hombre se mueve y vuelve a cortarle el paso; luego hacia la derecha, y el testarudo de la bolsa se mueve de nuevo, en un baile imposible, desproporcionado, que acaba con el rebelde desconocido subiéndose encima del carro y exigiendo a los ocupantes que den la vuelta y se marchen por donde han venido. Poco después llegan policías vestidos de paisano arrastrándole fuera del objetivo de Cole y de la mirada de la Historia, porque no se ha vuelto a saber de él.

    Informaciones americanas dicen que fue ejecutado dos semanas después, aunque en 1992 el secretario general del partido comunista, Jiang Zemin no podía confirmar el desenlace “creo que nunca se le mató”, dijo en una entrevista. La foto le valió a Charlie Cole el premio World Press de ese año.

    Fuego de primavera

    En 1968 otros carros de combate habían circulado por Checoslovaquia, aplastando a los jóvenes que pretendían desobedecer a Moscú. Jan Palach era un estudiante más, tenía veinte años cuando participó con entusiasmo en la primavera de Praga. Después de que los tanques soviéticos liquidaron el espejismo, se unió en la clandestinidad a otros patriotas. Convencidos de que no había forma militar de vencer, pretendieron llevar la lucha al extremo, y se juramentaron para inmolarse. Así lo escribió Palach en su última carta: “"Debido a que nuestras naciones se encuentran en un estado de desesperanza y resignación, hemos decidido manifestar nuestra protesta y despertar al pueblo de este país. Yo tuve el honor de que me tocara el número uno y presentarme como la primera antorcha"”.

    El sitio elegido fue la plaza de San Wenceslao, y a pesar del esfuerzo del régimen, la noticia sacudió al mundo. Un mes después se encedieron dos antorchas más, Jan Zakik y Evzen Plocek, demostrando que esa arenga soviética de “socialismo o muerte” era en realidad la única elección permitida en los países que dominaban.

    Palach fue enterrado en el cementerio de Olsany. Muchedumbres acudían a cubrirlo de flores, a pesar de que la policía política no disimulaba que los fotografiaba. Como la marea crecía, los comunistas arrancaron y fundieron la lápida que recordaba al fallecido, y al comprobar que tampoco esto era suficiente decicieron amenazar a la familia, exigiéndoles responsabilidades porque “tantas flores se pudren y apestan el aire”. Les dijeron que si no trasladaban el cuerpo, sería arrojado a una fosa común. Así que la madre tuvo que aceptar que otra vez quemaran a su hijo, para al menos poder conservar las cenizas.

    En el sitio exacto donde cayó, hoy se levanta cruz de bronce. En enero de 1989 Praga vivió la “semana de Palach”, una sucesión de manifestaciones anticomunistas reprimidas con dureza. Once meses después, el régimen comunista se derrumbaba.

    La humillación de los Castro

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    Cuando el capitán Orestes Lorenzo visitó la URSS de la perestroika, ya solamente pensaba en fugarse. Hasta entonces había sido un fiel soldado de la revolución castrista: a los diez años ya le habían enseñado a manejar un fusil, a los treinta era piloto de combate.

    En marzo de 1991 se subió a un Mig 23 y, volando a ras de las aguas para evitar los radares, llegó hasta Florida. La deserción fue portada en medio mundo, y los humillados hermanos Castro juraron vengarse del audaz piloto. Por supuesto, negaron la salida de la familia de Orestes -su mujer Vicky y sus dos hijos-, aunque el desesperado militar ofreció entregarse a cambio de la liberación de los suyos.Raúl Castro, entonces jefe del ejército, le hizo llegar este mensaje a su mujer: "Dígale a su marido, que si tuvo cojones para llevarse un avión, que los tenga para venir por ustedes”".

    Mientras, Orestes emprendía una cruzada en los medios internacionales, en la ONU, suplicando a mandatarios, y hasta se puso en huelga de hambre en el parque del Retiro, con ocasión de un visita de Fidel. Nada tuvo efecto, así que el piloto decidió seguir el consejo de Raúl.

    El 19 de diciembre de 1992 aterrizó con su Cessna en una playa de Varadero. Había conseguido la avioneta gracias al apoyo de exiliados en Miami, y pudo citar a su familia con ayuda de unas cooperantes, que se arriesgaron a llevar el mensaje a Vicky. En menos de un minuto la familia se reunía -entre feliz y aterrorizada- en la estrecha cabina de la Cessna. Enseguida estaban de nuevo en el aire, rozando otra vez las olas y rezando para que las defensas aéreas no le localizasen.
    Lo consiguieron. A los pocos días incluso ofrecieron una rueda de prensa para festejar con el mundo su reencuentro: “Díganle a Raúl Castro que le tomé la palabra, y he ido personalmente a recoger a mi familia”.

    Salir corriendo

    El Muro de Berlín convirtió a millones de personas en prisioneros, y como fueron muchísimos los que no se resignaron se necesitarían varios años de Hollywood para descubrir todas las fugas dignas de encarnar guiones sorprendentes.

    Las hay casi cómicas, como esos ocho ciudadanos de la Alemania del Este que emborracharon al capitán y al maquinista de una pequeña embarcación de recreo y consiguieron así dirigirla hacia la libertad; espectaculares, como el conductor de Metro que llenó su tren de amigos y familiares para lanzarlo luego contra la barrera -prolongación subterránea del Muro- y salir al exterior por el otro lado; repetidas, si nos fijamos en todos los que utilizaron un cable para deslizarse sobre la alambrada o un túnel para pasar bajo ella; ingeniosas, como la de un joven que construye un minisubmarino con el que atravesar el mar Báltico -invento que le sirvió para escaparse y también para ganarse la vida en el Oeste, al patentar su artefacto-; y en fin, material más que de sobra con el que entretener e ilustrar a los espectadores.

    Como en “Fuga de noche” la película sobre Peter Strelzyk, un electricista alemán que se empeñó en buscar la libertad para él y su familia, algo que no tenía nada de fácil, como él mismo explicaba una vez a salvo: “…Tres cuartas partes de los alemanes del este quieren escapar de allí. Lo malo es que la parte restante coopera con la policía secreta para informar de los prófugos”.
    Strelzyk y su vecino Gunter Wetzel y entre los dos idearon una fantástica ocurrencia para escapar junto a sus familias: consistía en fabricar un globo -utilizaron hasta sus propias cortinas- y huir por los aires, como los evadidos de Julio Verne en la isla misteriosa. La noche del 17 de septiembre de 1978 cuatro adultos y cuatro niños despegaron desde una paisaje boscoso en las colinas de Lobenstein.

    Muy poco después aterrizaban cerca de la ciudad de Nadia, en el Oeste. Al día siguiente, gracias a la heroica determinación de Peter Strelzyk, en el recuento de prisioneros de la gran cárcel comunista faltaban ocho internos. 

    Gaceta.es

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  • : Esta Página, "Voz Desde el Destierro", pretende que sea una tribuna en la Red de redes, para aquellos que no tienen voz dentro de la isla de Cuba, para romper el muro de la censura, la triste y agobiante realidad del pueblo cubano. Editor y redactor: Juan Carlos Herrera Acosta. Ex-preso Político de la causa de los 75.
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