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6 septiembre 2013 5 06 /09 /septiembre /2013 06:13
Foto: OLPL

Policía Habanera. Foto OLPL

Era sábado a las diez y treinta de la mañana, y andaba de paseo con mi nieto mayor. Iba conduciendo nuestro viejo carrito por una calle de Centro Habana cuando, al doblar por una esquina me vi obligada a detener la marcha. Al lado izquierdo de la calle una camioneta parqueada junto a la acera ocupaba un espacio considerable mientras en la senda derecha, justo en el medio de la circulación, un joven estaba parado conversando animadamente con una muchacha, obstruyéndome el paso. Como pensé que quizás ambos estaban muy embebidos en su charla como para notar que yo esperaba porque me dejasen libre el paso en la vía, hice sonar el claxon una vez. El joven me miró entonces, a todas luces molesto por mi interrupción, y de inmediato, sin moverse un milímetro, continuó su charla.

Insistí entonces tocando el claxon dos veces, entonces él se dirigió hacia mí gesticulando airadamente e insultándome con las palabras más soeces. Tenía el rostro iracundo y, ante mi sorpresa, me retó a bajarme del carro. Ni siquiera tuve tiempo de asustarme. Apenas podía creerme una situación tan irracional como inesperada. Mi nieto se apretaba aterrado contra el asiento trasero mientras la muchacha arrastraba al joven por el brazo, procurando alejarlo hacia la acera. Al fin tuve espacio suficiente como para que mi pequeño automóvil pudiera continuar la marcha, y seguí mi camino. De no ser por aquella muchacha probablemente el joven me hubiese golpeado incluso en presencia de mi nieto. Yo hubiese estado completamente indefensa en medio de la calle.

“Abuela, ¿quién era ese hombre?, ¿por qué quería pegarte?”, me pregunta el chiquillo, todavía impresionado con la escena. “No sé quién era. Seguramente estaba un poco loco y me confundió con alguien”. No sabía cómo explicarle a mi nieto por qué un total desconocido, de unos 20 años de edad, se había tornado tan violento en cuestión de segundos cuando yo no lo había ofendido en lo absoluto ni le asistía un mínimo de razón para actuar de semejante forma. Tampoco le podía explicar que el breve episodio fue apenas un botón de muestra de los niveles de violencia que está alcanzando la sociedad cubana, en particular en la capital, que se manifiesta en una espiral creciente de agresiones entre individuos y grupos por los motivos más insignificantes, la mayoría de las veces sin ningún motivo.

Casi a diario se conoce de asaltos, robos en domicilios, riñas con armas blancas, asesinatos. Las noticias de agresiones parecen no tener fin y los hechos suceden a diario y en los escenarios más disímiles. Recientemente una mujer fue degollada por un sujeto en un almendrón de ruta Vedado-La Palma, en plena marcha y en presencia de otros pasajeros, incluyendo un menor. Hace pocos días tres hombres fueron agredidos por una pandilla juvenil en Mulgoba, Boyeros, resultando muerto por arma blanca uno de ellos y otro lesionado con varias fracturas producto de la golpiza. En una parada de ómnibus un joven apuñaló e hirió mortalmente a un padre de familia que andaba de paseo con su esposa e hijos, por el simple hecho de que la víctima reclamó su lugar en la cola, justo delante del agresor. Otro chofer de ómnibus fue agredido por un pasajero que se negaba a pagar el pasaje, y debió ser ayudado por otro chofer de un ómnibus que se detuvo en la misma parada. Otro conductor de ómnibus procedente de Guanabo fue también agredido con arma blanca por un pasajero iracundo que no quería abonar el pasaje y debió detenerse en el policlínico del pueblo para ser atendido. Se asegura que en la actualidad los ómnibus se encuentran entre los contextos potencialmente más proclives a la violencia en la capital.

Una calle de Centro Habana. Foto OLPL

Una calle de Centro Habana. Foto OLPL

La lista de hechos violentos se torna interminable y va en aumento. Casi puede asegurarse que cada municipio de La Habana está compitiendo por alcanzar el mayor índice delictivo y, lamentablemente, todos parecen resueltos a alcanzar el primer lugar. A la vez, la impunidad de los delincuentes y la inoperancia policial resultan asombrosas, por lo que aumenta el sentimiento de inseguridad en la población. Muchas personas expresan que temen salir a la calle ante la posibilidad de ser víctimas de la violencia que se ha tornado cotidiana. Abundan los testimonios de agresiones con armas blancas. Diríase que se está imponiendo la ley de la selva en nuestras calles y que los elementos más fuertes y belicosos se están adueñando de los espacios, desplazando a la decencia e imponiendo el terror entre la gente pacífica.

El cúmulo de frustraciones, la pobreza, la marginalidad y la ausencia de un proyecto de sociedad que permita un atisbo de prosperidad a la población, unido a la corrupción general, incluso de las propias fuerzas del orden público, favorecen el surgimiento del peor de los escenarios posibles en una nación ya marcada por la polarización, las profundas diferencias sociales y las exclusiones.

Los sectores marginales, cada vez más proclives a la violencia, están marcando el signo de la descomposición social del sistema, apuntando a una espiral de consecuencias impredecibles de no ponerse control a la situación. Ya hay personas de bien que han decidido adquirir armas de diversos orígenes y naturaleza, para defenderse en caso de agresión, ya sea en las calles o en sus propios hogares. La violencia como protección frente a la violencia; la violencia como respuesta, como código social. No se me ocurre que pudiera ocurrir algo peor.

Las autoridades, por su parte, no se dan por enteradas. La prensa oficial continúa con sus loas al sistema mostrando una Cuba imaginaria donde solo hay cooperativas florecientes, hospitales modelos donde los mejores especialistas del mundo salvan la vida a los niños y a todos los enfermos pobres que en otros países no tendrían la menor posibilidad de sobrevivir o de ser intervenidos quirúrgicamente, o donde se alistan las escuelas para el inicio de un nuevo curso escolar a las cuales, por cierto, asistirán también los delincuentes del futuro… Porque, también está ese logro revolucionario: habrá muchos delincuentes analfabetos en el mundo, pero ninguno de ellos es cubano.

No he conocido sobre uno solo de estos hechos violentos en los que la policía haya jugado un papel importante, protegiendo a “la ciudadanía” o capturando al malhechor. De hecho, ahora mismo no recuerdo un solo evento en que la policía haya estado siquiera cerca del conflicto. La mayoría de los testimonios que he recogido reflejan la enorme desconfianza y recelos de la población con relación a las eufemísticamente llamadas “fuerzas del orden”. Lo más probable es que, mientras ocurren los delitos, los cuerpos uniformados del orden estén prestando apoyo a los agentes de la Inseguridad del Estado que se dedican a reprimir y a tratar de intimidar inútilmente a los opositores pacíficos, con esa otra forma de violencia selectiva, y utilizando las patrullas, no para perseguir a los asaltantes y malandrines que siembran el temor en la sociedad, sino para cargar con los que sueñan y trabajan por una Cuba mejor.

No obstante, ha trascendido que en pocos años tendremos más científicos en el Ministerio encargado de estos asuntos del orden interior. Este domingo 1ro de septiembre el diario Juventud Rebelde publicó un reportaje (Orgullosos de servir a la sociedad, de la autoría de Ana María Domínguez Cruz), en el que se informa que los estudiantes del decimotercer destacamento de cadetes del Ministerio del Interior (Minint), integrado por 400 jóvenes en todo el país de los cuales 250 corresponden a la capital, han cumplido su etapa de “preparación previa militar” antes de insertarse en carreras universitarias como Periodismo, Psicología, Derecho, Informática y Ciencias Médicas, entre otras especialidades no relacionadas con la Agronomía ni con ninguna de las escuelas de técnicos medios ni de oficios que tanto promueve el General-Presidente como las más necesarias para el país. Con estos cadetes, asegura el reporte, “las filas del Minint se nutren de profesionales preparados y comprometidos”. Ya sabemos de qué lado está el compromiso.

Nada que esperar. La prensa no refleja lo que está sucediendo en la Cuba de la vida real: todo parece estar bien en el país y las noticias sobre asaltos y delincuencia no pasan de ser rumores de quienes quieren dañar la imagen de la revolución y crear estados de opinión adversos al sistema. Todo indica que la policía uniformada de azul no será más eficiente, tampoco mejorarán el orden social ni la tranquilidad ciudadana, pero con seguridad habrá agentes del Minint más cultos e instruidos destinados a perseguir y hostigar a todo lo que amenace al poder político. Peor para todos.

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  • : Esta Página, "Voz Desde el Destierro", pretende que sea una tribuna en la Red de redes, para aquellos que no tienen voz dentro de la isla de Cuba, para romper el muro de la censura, la triste y agobiante realidad del pueblo cubano. Editor y redactor: Juan Carlos Herrera Acosta. Ex-preso Político de la causa de los 75.
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